En ocasiones tuvimos gratas sorpresas, como fue la hecha por un amigo volador. Encontramos en un potrero herido a un búho orejón, con una pata y un ala lastimadas.
Decidimos cuidarlos hasta que pudiese estar fuerte de nuevo para existir por sus instintos. Durante 10 días vimos su dolor, su recuperación y el fortalecimiento de sus extremidades, lo cual ocasionó que al final, fuera una cuestión de valentía darle de comer, puesto que su garra agarraba con demasiada fuerza y su pico rasgaba el guante de cuero con el que se le daba de comer.
Un día, luego del aislamiento momentáneo para que recuperara fuerzas, se encontraba en un balcón. La vista de los enormes árboles, los cuales lo seducían con el vaivén de los vientos, lo llamó. Miro hacia el frente, extendió sus alas y en un movimiento giratorio de su cabeza miro sobre su espalda y se despidió con la mirada de su cuidador. Saltó al vacío y luego voló. Se perdió entre las difusas sombras de los árboles. Con gran alegría dimos como cumplida la misión.
Redacción: Hamilton Galvis Mora.